Y la desventurada historia de “Los 400 Golpes” de Truffaut.
Ver los 400 golpes de Truffaut es recordar con nostalgia el olor a lápiz, al desorden del recreo, a los castigos inútiles, a las aventuras, aquella amiguita… a los compañeros de hazañas, a montarse al bus por la puerta de atrás, a las maquinitas, a los amores y porque no; a las pelas y castigos. Todo ello es una infancia común y casi homogénea en las personas, es recordar y a la vez vivir de nuevo, porque todos fuimos en cierto modo un Antoine Doinel, así sea solo por escenas, solo por instantes.
A sus 27 años este genio del cine, acusó seguramente a sus vivencias, a la rebeldía propia de los adolescentes para que de igual manera insertar en la historia del cine una obra más de Nouvelle vague, que ante todo era un rechazo al convencionalismo del cine francés buscando aún más subjetividad y libertad a la hora de hacer cine. Y de esta manera tratar historias personales inherentes a la libertad buscada desde la revolución francesa.
Los Cuatrocientos Golpes es una obra impregnada de emoción, risas y sentimientos en toda la hora media del film, que más que una historia se convierte en una máquina del tiempo impaciente, y permanente minuto a minuto.
La historia de Doinel es más que un Tom Sawyer, es más que la de Los olvidados de Buñuel, porque es capaz de mantener en vilo el desenlace de un joven aún casi niño que se debate en el sentimiento de vivir su ingenio y asumir su realidad de una forma madura y calmada, pero a la vez el espectador se convierte en cómplice de sus aventuras, vive sus hazañas y alcanza hasta percibir la situación.
Sin el ánimo de venerar la imagen biográfica de Doinel, se podría decir que la obra de Truffaut es en sí la vida de un personaje de principio a fin, quizá del mismo cineasta o quizá de la espereza de querer serlo. Específicamente en Los Cuatrocientos Golpes es una mirada subjetiva a una historia realizada de un sinnúmero de anécdotas enmarcadas en los primeros fotogramas de la gran París; símbolo de libertad.
La historia inicia dejando muy claro las injusticias que tiene que vivir cualquier niño; un castigo injusto e inútil, y una consecuencia fatal en la vida común de cualquier infante. Sin embargo la historia no es una colcha de historias unidas entre sí, sino más bien la ejemplificación y justificación de los golpes sufridos por el personaje fotograma tras fotograma.
Cualquiera podría decir que lo vivenciado por el personaje es normal y estoy sumamente de acuerdo, que la historia no es ajena a todo el mundo, pero los antecedentes del personaje convierten en Los Cuatrocientos Golpes en un film lleno de emocionalismo y particularidad, ya que la vivencia de sus padres y la realidad de su vida, justifican en cierto modo la rebeldía de Doinel.
Catalogar la historia como una línea tradicional no se estaría mintiendo, pero a la vez se omite. La razón es que cada historia desenlaza claramente, ayudando a desentrañar una general que podría terminar inconclusa. Sin embargo es claro que el nudo de la historia de Doniel dentro de los cuatrocientos golpes es cuando es entregado a las autoridades y es despreciado por las personas que están a su alrededor.
El personaje podría entrar en un conflicto interno que es asumido con tranquilidad por el niño, pero a la vez hace que desenlace huyendo sin destino programado, sin lugar predestinado, sin un fin específico.
Doniel llega al mar, al que quería conocer así lo que venga no sea lo más esperado. Es que los hombres disfrutan su libertad sin saber aún que les espera, pero la libertad ofrece un clímax tan desbordante que el resto es asumido en su tiempo y así nos lo hace saber Truffaut que por más que deseemos dejar a Doniel en una casa tranquilo y satisfecho lo deja a merced propia como lo es la vida real.
Así pues, Los Cuatrocientos Golpes es una película sincera, cruda y realista; impregnada de ideología y de reclamación, por ello se convirtió en la puerta de entrada a lo que se llamó la Nouvelle vague, a este cúmulo de ideas que en el cine hacen perturbar lo normal, lo tradicional; llegando así a lo deseado, a lo personal, que es lo que nos hace libres.
Evidenciamos como la autoridad no es siempre justa, como es inclemente y arrasadora, cruel y sin misericordia. El film nos ejemplifica que hacer las cosas según la norma no siempre nos traerá buenos resultados, que mucho esfuerzo puede ser considerado como algo abrupto como algo mal intencionado, como un delito.
Los cuatrocientos golpes, son más de mil, son insaciables, son por siempre, porque la realidad del film es tal como las imágenes de la gran París: son perennes tatuadas en nuestra piel, porque así es nuestra vida. Por ello no serán 400, sino miles los golpes.
Ver los 400 golpes de Truffaut es recordar con nostalgia el olor a lápiz, al desorden del recreo, a los castigos inútiles, a las aventuras, aquella amiguita… a los compañeros de hazañas, a montarse al bus por la puerta de atrás, a las maquinitas, a los amores y porque no; a las pelas y castigos. Todo ello es una infancia común y casi homogénea en las personas, es recordar y a la vez vivir de nuevo, porque todos fuimos en cierto modo un Antoine Doinel, así sea solo por escenas, solo por instantes.
A sus 27 años este genio del cine, acusó seguramente a sus vivencias, a la rebeldía propia de los adolescentes para que de igual manera insertar en la historia del cine una obra más de Nouvelle vague, que ante todo era un rechazo al convencionalismo del cine francés buscando aún más subjetividad y libertad a la hora de hacer cine. Y de esta manera tratar historias personales inherentes a la libertad buscada desde la revolución francesa.
Los Cuatrocientos Golpes es una obra impregnada de emoción, risas y sentimientos en toda la hora media del film, que más que una historia se convierte en una máquina del tiempo impaciente, y permanente minuto a minuto.
La historia de Doinel es más que un Tom Sawyer, es más que la de Los olvidados de Buñuel, porque es capaz de mantener en vilo el desenlace de un joven aún casi niño que se debate en el sentimiento de vivir su ingenio y asumir su realidad de una forma madura y calmada, pero a la vez el espectador se convierte en cómplice de sus aventuras, vive sus hazañas y alcanza hasta percibir la situación.
Sin el ánimo de venerar la imagen biográfica de Doinel, se podría decir que la obra de Truffaut es en sí la vida de un personaje de principio a fin, quizá del mismo cineasta o quizá de la espereza de querer serlo. Específicamente en Los Cuatrocientos Golpes es una mirada subjetiva a una historia realizada de un sinnúmero de anécdotas enmarcadas en los primeros fotogramas de la gran París; símbolo de libertad.
La historia inicia dejando muy claro las injusticias que tiene que vivir cualquier niño; un castigo injusto e inútil, y una consecuencia fatal en la vida común de cualquier infante. Sin embargo la historia no es una colcha de historias unidas entre sí, sino más bien la ejemplificación y justificación de los golpes sufridos por el personaje fotograma tras fotograma.
Cualquiera podría decir que lo vivenciado por el personaje es normal y estoy sumamente de acuerdo, que la historia no es ajena a todo el mundo, pero los antecedentes del personaje convierten en Los Cuatrocientos Golpes en un film lleno de emocionalismo y particularidad, ya que la vivencia de sus padres y la realidad de su vida, justifican en cierto modo la rebeldía de Doinel.
Catalogar la historia como una línea tradicional no se estaría mintiendo, pero a la vez se omite. La razón es que cada historia desenlaza claramente, ayudando a desentrañar una general que podría terminar inconclusa. Sin embargo es claro que el nudo de la historia de Doniel dentro de los cuatrocientos golpes es cuando es entregado a las autoridades y es despreciado por las personas que están a su alrededor.
El personaje podría entrar en un conflicto interno que es asumido con tranquilidad por el niño, pero a la vez hace que desenlace huyendo sin destino programado, sin lugar predestinado, sin un fin específico.
Doniel llega al mar, al que quería conocer así lo que venga no sea lo más esperado. Es que los hombres disfrutan su libertad sin saber aún que les espera, pero la libertad ofrece un clímax tan desbordante que el resto es asumido en su tiempo y así nos lo hace saber Truffaut que por más que deseemos dejar a Doniel en una casa tranquilo y satisfecho lo deja a merced propia como lo es la vida real.
Así pues, Los Cuatrocientos Golpes es una película sincera, cruda y realista; impregnada de ideología y de reclamación, por ello se convirtió en la puerta de entrada a lo que se llamó la Nouvelle vague, a este cúmulo de ideas que en el cine hacen perturbar lo normal, lo tradicional; llegando así a lo deseado, a lo personal, que es lo que nos hace libres.
Evidenciamos como la autoridad no es siempre justa, como es inclemente y arrasadora, cruel y sin misericordia. El film nos ejemplifica que hacer las cosas según la norma no siempre nos traerá buenos resultados, que mucho esfuerzo puede ser considerado como algo abrupto como algo mal intencionado, como un delito.
Los cuatrocientos golpes, son más de mil, son insaciables, son por siempre, porque la realidad del film es tal como las imágenes de la gran París: son perennes tatuadas en nuestra piel, porque así es nuestra vida. Por ello no serán 400, sino miles los golpes.
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