Sobre Película colombiana Retratos de un mar de mentiras de Carlos Gaviria (2010)
En un viaje lleno de temores, de personajes, de incertidumbre llegan Jairo y Marina, a la que para muchos podría asemejarse a la tierra prometida, a una tierra que entre las aguas y platanales no deja su esencia de colonia, a la poesía romántica de las aguas; su sabor y olor a mar sin serlo y al pescado recién sacado del rio Sinú.
Así es Retratos de un mar de mentiras, un paradoja social, política y permanente que viven cuatro millones y medio de colombianos que llevan sus cadáveres al mar y entierran entre las aguas los recuerdos de un pasado que no se nos olvida. Así son todos aquellos que dejan sus tierras con la estúpida esperanza de volver a ellas y hacer como si nada, de enterrar sus lágrimas con las semillas de pasto y regarla para que se entierre y no pensar en ellas. Y que más que la fantasiosa Lorica, tierra de colores que brotan por las paredes como manantiales de agua pura. Cómo no ser esta tierra, su mercado, su gente y sus costumbres las que nos rememore sin pudor unos momentos donde la artesanía, el baile, el fandango, la familia y el hogar son estandartes de creencias y costumbres.
Carlos Gaviria sin lugar a dudas inmerso en una historia que se debate entre la ficción el surrealismo, y el documental recrea de su mejor manera una historia de una mujer que entre la timidez, el temor y la mudez logra revivir su pasado y dejarlo enterrado donde siempre tuvo que estar.
Retratos de un mar de mentiras es un viaje permanente de recuerdos, de paisajes que olvidamos, del vividero mejor del mundo; así nosotros no queramos. Es un viaje en un Renault 4, por la sabana, la zona montañosa y finalmente al calor de nuestra tierra que se impregna en nuestra piel a manera de sudor, pero que en realidad son las lágrimas del calor que no quiere salir de nosotros.
Esta es sin duda una de las mejores producciones recientes del cine colombiano, donde las actuaciones no se esquematizaron, no se encerraron en textos planos, sino más bien en emociones hechas palabra o simplemente silencios. Este film es el purgatorio de todos los muertos de nuestro país a causa de la violencia, a causa del desplazamiento forzado, a causa del mal direccionamiento que padece un país ensangrentado pero que quiere morir en sus mares.
Algunos acusan a este tipo de films diciendo que se encierran en la temática casi que cliché de muchas producciones de nuestro país, tales como el secuestro de Buscando a Miguel, el narcotráfico Sumas y restas, el sicariato de La virgen de los sicarios y Rosario Tijeras, entre muchas otras películas y temáticas que hacen temer a muchos sobre la imagen que tengan otros de nosotros, los colombianos de verdad. Pero así somos desplazados, victimas, guerrilleros, narcos, paras, y un montón de nombres pendejos que hacen de nuestra realidad un ambiente propicio para el cine. Así es este arte, es un juglar en cualquier plaza narrando historias, pero historias que nos vividas por nosotros, por historias que nos tocan porque las conocemos. Así es el cine, un narrador de historias y si tenemos que narrarlas no hay que temer a realizarlo, porque el cine de Colombia tiene mucho que decir, mucho que contar.
Carlos Gaviria, quien es el director y guionista dice en una entrevista “Hay en la película muchos elementos que son fruto de la nostalgia, los paisajes, la comida, paseos por el país, el lado bueno de su gente. Al volver a Colombia y ver el estado en que estaba surgieron otros elementos para la historia, principalmente con respecto a la guerra, a la indiferencia de un país que se acostumbró a vivir en medio de un conflicto interno, que no se horroriza ante nada y que cree que es normal que el diez por ciento de su población haya sido desplazada, que cree que aquí se respetan los derechos humanos.
No es apología al delito o cosa parecida, es la historia que nos duele y que en la historia de Marina toma vida, volviéndose ficción y documental. El film contrarresta la belleza natural de nuestro país, con lo horroroso de nuestra realidad. Una casi unida a la otra como una sola, casi que se confunden las balas con los platanales, con los lágrimas de las viudas, con el corazón de mango de Gómez Jattin, con las llamas de las casas incineradas, con los plátanos de nuestros árboles; así todo junto como un sancocho de sentimientos y de imágenes que no se nos quieren borrar.
Esa es nuestra realidad la que hemos vivido por más de 60 años. La realidad que nos cicatriza, la verdad que llevamos por dentro, la verdad que ya no queremos ocultar en las olas de nuestros mares. La verdad de un mar de mentiras, sino de realidades.
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