domingo, 25 de enero de 2015

Je Suis Alí, Todos Somos Alí -

O Todos nos llamamos Alí, o Todos Somos Alí  o como se me venga en gana puedo nombrar la película de Fasbinder Angst essen Seele auf.  Mi pésimo uso del inglés y mi nulo conocimiento del alemán me permite nombrarla de la forma que más me plazca.  Por ello, para mi será Todos Somos Alí, aprovechándome de los recientes mensajes de apoyo a la libertad de expresión en detrimento de la diferencia; Todos Somos Charlie.

Todo parece ser un asunto de lenguaje, empezando por la mala traducción del título original,  Angst essen seele auf, significa algo así como el “miedo se devora el alma”, el miedo encargado en cada uno de los personajes delicadamente construidos por Fassbinder de esta señala como una de sus más importantes obras. Y es que la barrera del leguaje es el primer impedimento para ser feliz en tierras extrañas.


Alemania no se había recuperado, en sus calles aún se percibía el mortecino olor a sangre por el que había navegado el nazismo.  Aún se guardaba en los corazones alemanes el rencor injustificado a los inmigrantes, el miedo de todos y Fassbinder lo retrató delicadamente en esta cinta.

Esta película la vi a las 5 a.m. siempre he dicho que películas de grandes directores no pueden tener hora de espera, y uno dura poco ante la detonante tentación de tener una película cerca de Fassbinder.  La xenofobia nuevamente vuelve a ser el telón de fondo de una película desgarradamente sincera, con personajes cuidadosamente creados y un ambiente desolado de Alemania occidental.  Todos somos Alí me recuerda la reciente masacre en París a periodistas del semanario Charlie Hebdo, que despertó al mundo entero en voces apoyando la libertad de expresión, pero callando en un profundo silencio el respeto que debe existir por la diferencia, sea cual sea, color o incluso credo.

La relación que se gesta entre Emmi y Alí, este último que ni así se llamaba , porque desde la dignidad y el nombre se pierden en muchas ocasiones en tierras extrañas, se inicia con la inocencia de desconocidos que asumen a pesar de las diferencias establecer un matrimonio; edad, cultura, amistades e incluso gustos gastronómicos y estos que sin son fuertes porque no hay pleito más entrañable que el que nace del estómago, sumado al dedo señalador de los alemanes que no aceptan una relación de estas magnitudes.

En la película todo tiene una intención, desde los congelados de los personajes hasta los planos a través de los barrotes de las barandillas de las escaleras simulando un encerramiento o encarcelamiento. Las actuaciones parcas intencionalmente y frías con pero magistralmente interpretadas no muestran una película cautivadora y más vigente que nunca 40 años después.  

La xenofobia es el cáncer mundial, detrás de ello se encierran los más grandes crímenes que han sufrido la humanidad; la no tolerancia a la diferencia nos separa de lo que la felicidad nos plantea, así como se expresa en un título al inicio de la película, “la felicidad no siempre es divertida”.  

Ver Fassbinder siempre será fascinante y más aún cuando hace apariciones entre los personajes interpretando alguno, en esta ocasión es un casi un neonazi yerno de Emmi, también ver a la pechugona de Bárbara Valentin afamada por su relación con el gay rockero Fredy Mercury vocalista de la banda Queen y por supuesto a Brigitte Mira (Emmy) y Hedi ben Salem Alí.



La primera y segunda guerra mundial., el ataque 9/11, el sufrimiento infinito de los judíos y palestinos, los ataques a Charlie Hebdo son frutos todos y cada uno de ellos a la no tolerancia por la diferencia porque la raza humana sólo cede a la diferencia cuando le conviene, es decir por interés, tal como sucede con las amistades de Emmi e incluso su familia que solo aceptó su relación con un marroquí 20 años más joven cuando requirió algo de ella.  

Siempre será más fácil llamarnos Alí, que todos nos llamáramos igual o mejor negros, judío, indios, maricas, gringos, pobres o ricos.  Es más complejo llamar  al otro menos por su nombre, eso nos impide ser el otro, comprenderlo y mejor así reconocerlo. Todos somos extranjeros o inmigrantes en cualquier otra tierra que no sea la nuestra, o peor aún todos somos Alí porque aún en la nuestra no somos nadie.


miércoles, 7 de enero de 2015

La utópica felicidad, sobre la Inmigrante de James Gray


En un teatrito libertino de la brumosa Nueva York de los años 20, Eva Cybulska (Marion Cotillard) inmigrante polaca responde las preguntas de un Mago que la busca como voluntaria para un acto que nunca concluyó.  ¿Cómo te llamas?, ¿de dónde eres?, preguntas retóricas que poco importaba al público masculino que más que palabras buscaba carne en su mayor expresión.  Una de estas preguntas  retumba en la utopía de los humanos y en la búsqueda incesante de algo que ni sabemos describir.  ¿Qué buscas en América? – la felicidad- respondió la inmigrante agachando su mirada.

La primera guerra mundial agobiaba al mundo, muchos europeos abandonaron sus tierras entre ellas las hermanas Eva y Magda Cybulska, dos mujeres que huyeron en busca de la felicidad y la libertad, aquella que les era arrebatada tras el sonar de las armas y las calles llenas de cadáveres  y que ahora se posaba majestuosa con antorcha en la mano en la saladas aguas del mar americano.

No hay otra libertad para encontrar en los Estados Unidos, una libertad mal llamada también felicidad que no es más que un fetiche y un mito para los más desgraciados del mundo entero.  Una libertad casi que pedida por correspondencia y que esquiva a cualquier intento mundano por alcanzarla.  La maldad humana personificada magistralmente en el personaje de Bruno Weiss (Joaquin Phoenix), un proxeneta judío enamorado de la inmigrante pero más del placer, el poder y el dinero, es sin duda un fiel retrato a escala del capitalismo corrupto y enceguecedor, que puede darte muerte con una sonrisa bondadosa en la cara.  A eso se va tras la libertad y la felicidad a Norte América y muchos otros países; a morir al igual que en cualquier parte del mundo, pero con un agravante, a morir,  en la mayoría de los casos huérfanos de nuestra dignidad.

James Gray no ofrece una película melodramática, encerrada de situaciones insípidas, pero profundamente emocionales que descarna una crítica en doble vía del problema más grave que tiene tierra la famosa tierra prometida, los inmigrantes.  Aquellas personas, aquellos humanos que al pisar suelo “americano” transgreden su naturaleza para convertirse en sirvientes de cualquier índole. La historia de Eva conmueve, pero también despierta ciertos placeres que es mejor saborearlos de lejos; prostituirse disfrazada de la estatua de la libertad, del mayor simbolismo de poder y engaño de un país,  es un bofetada clara al idealismo retórico del sueño americano.




Las brillantes actuaciones, la estética delicada e impecable, la ambientación del Manhattan de los años 20 y la nostalgia de un sueño que no fue, y que no será, encierra una cofradía de desmitificaciones  y sueños irreales, porque para ser sueño tienen que darse o sino la utopía de la felicidad se desvanece en la mente y no en la acción.  El sueño de Eva y su hermana Magda se desvanece, nunca muere para siempre, por el contrario, desnuda la sensatez y la honestidad de los personajes que más que nunca nos señalan que la felicidad y la libertad no son más que una utopía que no se cansa de existir.